Quejándome a medias, le dije que me había hecho sentirme muy mal al negarse a hablarme desde mi llegada a su casa. Me miró y arqueó las cejas. Una sonrisa apareció fugazmente en sus labios y se desvaneció.
-Te estuve aguijoneando tu importancia personal -dijo frunciendo el ceño-. La importancia personal es nuestro mayor enemigo. Piénsalo, aquello que nos debilita es sentirnos ofendidos por los hechos y malhechos de nuestros semejantes. Nuestra importancia personal requiere que pasemos la mayor parte de nuestras vidas ofendidos por alguien.
Mi zozobra me hizo argüir que sus amonestaciones sobre la importancia personal me recordaban a los catecismos. Y si algo era odioso para mí era el recuerdo de los sermones acerca del pecado. Los encontraba yo siniestros.
-Los guerreros combaten la importancia personal como cuestión de estrategia, no como cuestión de fe -repuso-. Tu error es entender lo que digo en términos de moralidad. La impecabilidad no es otra cosa que el uso adecuado de la energía. Todo lo que yo te digo no tiene un ápice de moralidad. He ahorrado energía y eso me hace impecable. Para poder entender esto, tú tienes que haber ahorrado suficiente energía, o no lo entenderás jamás.
-Los guerreros hacen inventarios estratégicos -dijo-. Hacen listas de sus actividades y sus intereses. Luego deciden cuáles de ellos pueden cambiarse para, de ese modo, dar un descanso a su gasto de energía.
Don Juan dijo entonces que en los inventarios estratégicos de los guerreros, la importancia personal figura como la actividad que consume la mayor cantidad de energía, y que por eso se esforzaban por erradicarla.