Encontré,
una noche,
en la taberna
un doctor en teología.
Me acerqué
curioso, ávido de saber,
y, al mismo tiempo
irreverente e indiscreto,
le pedí que me hablase
de la vida y del destino
de aquellos que se van.
Para empezar,
propúsome el sabio
una copa de vino dorado...
Dijo después,
tranquilizándome:
Numerosísimos
son aquellos que partieron,
hombres como nosotros.
Pero nadie volverá,
nadie,
¡jamás!