En cierta ocasión, hablando el Maestro del poder hipnótico de las palabras, alguien gritó desde el fondo de la sala:
«¡No dices más que tonterías! Si yo digo 'Dios, Dios, Dios', ¿acaso ello me hace divino? y si digo 'pecado, pecado, pecado', ¿acaso ello me hace malo?»
«¡Siéntate, bastardo!», dijo el Maestro.
El tipo se puso tan furioso que no podía articular palabra. Finalmente, estalló en improperios contra el Maestro.
Éste, aparentando arrepentimiento, le dijo:
«Perdóneme, señor, por perder la calma. Le suplico que excuse mi imperdonable error».
El otro se calmó inmediatamente, y entonces le dijo el Maestro:
«Ya tiene usted su respuesta: ha bastado una palabra para encolerizarlo, y otra para tranquilizarlo».