No se puede pensar en la presencia, la mente no puede comprenderla. Comprender la presencia es estar presente.
Puedes intentar un pequeño experimento. Cierra los ojos y te dices a ti mismo: "Me pregunto cuál va a ser mi próximo pensamiento".
Luego ponte muy alerta y espera por el próximo pensamiento. Compórtate como un gato observando la guarida de un ratón.
¿Qué pensamiento va a salir de la guarida del ratón? Inténtalo ahora.
Mientras estás en un estado de intensa presencia, estás libre del pensamiento. Estás quieto y sin embargo muy alerta.
En el instante en que tu atención consciente cae por debajo de cierto nivel, el pensamiento se apresura a aparecer. El ruido mental regresa; la quietud se pierde. Y tú vuelves al tiempo.
Para probar su grado de presencia se sabe que algunos maestros de Zen se acercaban sigilosamente a sus estudiantes desde atrás y los golpeaban súbitamente con un bastón.
¡Todo un shock! Si el estudiante estaba completamente presente y en estado de alerta, notaría la llegada del maestro desde atrás y lo detendría o se apartaría. Pero si se dejaba golpear, eso significaba que estaba inmerso en sus pensamientos, es decir ausente, inconsciente.
Para estar presente en la vida diaria ayuda estar firmemente arraigado en tu interior; de otro modo, la mente, que tiene una inercia increíble, te arrastrará como un río salvaje.