Un profesor bastante distraído llegaba tarde a dar su clase. Saltó dentro de un taxi y gritó:
«¡Deprisa! ¡A toda velocidad!»
Mientras el taxista cumplía la orden, el profesor cayó en la cuenta de que no le había dicho a dónde tenía que ir.
De modo que volvió a gritarle: «¿Sabe usted adónde quiero ir?»
«No, señor», dijo el taxista, «Pero conduzco lo más rápido que puedo».